Relato corto

 Las calles de Los Ángeles:

En una de esas tardes nubladas de otoño, las calles de Los Ángeles están vacías. Hay algo de magia en el aire, un rayo cae a la tierra. Santiago dió un vistazo a la avenida Ricardo Vicuña mientras intentaba recordar porque se hallaba en esa situación.
-¿En la laguna Esmeralda dices? - preguntó Santiago
-Exactamente - respondió Soto encendiendo un cigarro - ahí encontrarás el cuerpo, debes ser rápido y eliminar la evidencia y luego venir a confirmar que todo salió bien ¿lo harás verdad?
- ¿Acaso tengo de otra?
El sabía que no, estaba atado por cuestión de honor, aún cuando no fuera él quien perpetró esa situación tan indeseable.
Después de todo,  ¿quién podría tranquilamente jugar con la vida de las personas, así como lo hacía Diego Soto? Hacía un año que se había trasladado a la ciudad y seguía tan reservado como cuando llegó. Solía vivir en Chiloé decía él, pero ni los grandes brujos parecían conocerlo, aunque el pareciera conocer a casi todo el mundo, sin decirlo abiertamente, claro está. Muy probablemente tuvo problemas con sus conciudadanos que le obligaron a emigrar de la isla grande. Ya en Los Ángeles, se instaló en el 314 de la calle Los Carrera, tenía algo especial ese lugar según él.
 Nunca habló mucho de sus intenciones, pero llegó a mencionar que necesitaba recoger algo que dejó allí una vez. Matemático de profesión, ha sido turbio y dudoso desde que llegó a la ciudad, y siempre promete resultados, a pesar de que sus medios para conseguirlos son de los más variados.
“Maldito imbécil, cuando hallan problemas serás el primero en caer” pensó Santiago mientras caminaba en medio de la amplia calle, no había auto al cual esquivar, ni personas de las que ocultarse. No por donde caminaba él.
“Serás el primero en caer” ¿quién le había dicho esa frase? Su memoria le trajo imágenes del sol de febrero en los jardines interiores del castillo pinto. No hace mucho, Santiago y su compañera pasaban el rato trepando los arboles llenos de frutas y fotografiando pájaros de vivos colores “serás el primero en caer” decía ella con una sonrisa, se divertían, reían, dejaban el trabajo de lado, lo guardaban entre los pliegues del tiempo, y el tiempo no importaba. Era su descanso de las cosas que pasaban, y las que venían.
¡Como hubiera preferido estar en ese escenario de su vida en ese momento! Pero en lugar de eso se hallaba en… ¿qué? De repente Santiago cayó en la cuenta de que caminaba en un campo de trigo. La neblinosa tarde de abril se había transformado en una fría y oscura noche, la solitaria avenida se había transformado en un camino de tierra y los postes de luz desaparecieron. Para empeorar la situación ya no estaba sólo. Entre las pocas cosas que había para oír y ver, advirtió a dos huasos en sus caballos y un perro que se movían alumbrando con linternas antiguas. Estaban lo suficientemente cerca para oírlos hablar, pero no lo suficiente para entender lo que decían.
Ese tipo de cosas suceden en Los Ángeles, una ciudad torcida, un extraño lugar al sur de Chile.
En esta ciudad podrías tomar la misma ruta de ida y vuelta, y así, los mismos lugares que viste en la ida, serían completamente irreconocibles  a la vuelta, tal como cuando te mueves en un sueño.
Eso hizo Santiago, seguía en la avenida, o mejor dicho, la avenida seguía ahí, sólo que él se movió en una dimensión diferente.
Santiago contuvo el aliento un momento para calmarse y se agachó tratando de no hacer ruido. Estaba en territorio enemigo, sabía que si lo avistaban no dudarían en dispararle, y no tenía ningún tipo de defensa. Procuró mantenerse en la oscuridad. Aunque se sentía intranquilo ante el hecho de tener que estar en propiedad ajena, por lo menos no podía ser visto fácilmente, no llevaba ningún tipo de iluminación y sus oponentes llevaban grandes linternas, por lo que él si podía ver por donde se movían.
Santiago supo que debía volver a la avenida principal para salir del peligro, e hizo lo posible por recordar como había hecho para regresar de las otras tantas veces que se había perdido en las calles de la ciudad. Unas veces deambulaba por callejones oníricos que ocupaban lo que una vez pareció una locación bastante normal. Pero por muy extraño que pudiera parecer el lugar, por lo general seguían reglas iguales, como en esta situación. Lo peor sucedía cuando entraba en lugares donde se distorsionaba la física y la lógica de maneras totalmente surrealistas. Todo esto daba lugar a situaciones de lo más extrañas. Como una vez en la que llegó a una dimensión cerrada en la que cada puerta a la que entraba, estaba conectada con otra en un sitio completamente distinto, lo que hizo que intentar salir se volviera un verdadero infierno. Se quedo atrapado durante una semana entera. Incluso se dió cuenta de que no necesitaba comer en esa dimensión, y por lo tanto su tiempo estaba detenido mientras se encontrara ahí. Afortunadamente al octavo día se encontró con alguien que vino de afuera que le reveló que la manera de salir de ahí era retrocediendo sobre sus pasos. Resulta que ese lugar grababa las acciones que se realizaban en él y por lo tanto cada acción podía ser realizada al revés de forma exacta, Santiago así lo hizo y escapó.
Pensando en cómo podría utilizar esa situación ahora, cayó en la cuenta de que por lo general, para salir, debía pensar en cómo había entrado. ¿Cómo había entrado? Solo recordaba que antes de eso estaba en una tarde templada y de repente tuvo  frío. De hecho, recordó que estaba gradualmente aumentando su frío mientras tenía sus pensamientos puestos en el pasado pero no había reparado en ello.
 ¡Eso es! Tenía su mente recordando y esa distracción lo sacó de la avenida. Para entrar debía recordar el pasado estando parado en un punto exacto, para salir debía imaginar el futuro y avanzar hacia el final de la avenida.
No recordaba muy bien donde se hallaba el final pero tenía la noción de que estaba a tres cuadras. Imaginó tres cuadras enfrente de sí e hizo lo posible por visualizar la avenida, que era adonde quería llegar. Una vez que tuvo la imagen bien lograda avanzó despacio y con sigilo, y mientras lo hacía, la avenida se materializaba poco a poco enfrente suyo, o era el quién se materializaba dentro de ella ¡lo estaba logrando! Solo debía avanzar todo lo que pudiera sin ser visto y…
-¡Algo se mueve! ¡Dispárale carajo! – dijo uno de los huasos propinando un disparo que le llegó muy cerca a Santiago
-¡Ven aquí conchetumadre!
El corazón de Santiago se sobresaltó y la adrenalina le invadió todo el cuerpo, tenía que salir con vida si quería completar su misión. Se levantó rápidamente y se echó a correr con todo lo que podía hacia el final de la avenida que se veía más nítido a medida que avanzaba. El perro se echó a la carrera y lo alcanzó en poco tiempo, pero Santiago le dió instintivamente una patada en el hocico que lo derribó y, aunque se incorporó rápidamente, le dió algo de tiempo para saltar con una hábil maniobra una valla de alambres de púa que el perro tuvo que rodear. Entretanto los disparos seguían llegando y Santiago hacía lo posible por sortear los obstáculos que se le presentaban de la manera más eficiente y rápida posible. Era cuestión de vida o muerte. Cada vez que podía trataba de ir por detrás de lo que significara una cobertura que parara las balas (trastos, tractores, un camión que convenientemente tenían allí) o por lo menos para obstaculizar la visión de sus atacantes y el paso del perro (zarzamoras, árboles, y troncos gigantescos). Pero llegó un punto, cuando ya había recorrido un buen tramo, que se tropezó y estando en el suelo vió llegar al perro y a sus dueños apuntándole detrás de él. El perro le mordió una pierna y Santiago sintió un tremendo dolor mientras retrocedía arrastrándose y tratando de liberarse, no quería perder de vista su objetivo. Los huasos levantaron sus armas y le apuntaron preparándose para matarlo, cuando de repente, ellos y el perro se desvanecieron  mientras aparecía la avenida de nuevo frente a él.
Santiago suspiro aliviado, pero aún no podía relajarse, ya estaba cerca de la laguna.
Estando casi a una cuadra pensó en lo que había pasado, en lo que debía hacer y en la explicación y las instrucciones que le había dado Soto.
“Al igual que un edificio puede tener varios pisos, un lugar cualquiera de la ciudad puede tener en él simultáneamente distintos escenarios independientes entre sí, al mismo tiempo. Así, aún si uno de esos escenarios fuera un pantano y otro fuera una cancha de futbol, seguirían siendo el mismo lugar, aunque la gente y los eventos de uno, no perciban ni afecten a los del otro”
“¿Qué debo hacer cuando llegue a la laguna?”
“Ubícate en la estatua, una vez allí, mira en dirección a la laguna y corre como si el agua fuera sólida, mejor aún, imagina que es piso, y encontrarás el escondite”
Santiago así lo hizo, y antes de tocar el agua se encontró en una especie de cripta antigua. Era de un estilo bastante rústico, moverse allí era bastante desagradable ya que había algo que ralentizaba los movimientos. Había un constante zumbido como de moscas o un enjambre de langostas pero ningún insecto ni olor alguno en el aire. Las paredes eran de un aspecto húmedo y estaban llenas de grafitis y frases de lo más aleatorias. Santiago se acercó para leer una: “el fuerte se come al débil, uno contra el otro” definitivamente eran un montón de desvaríos al azar. Santiago hizo un esfuerzo para moverse en esa atmósfera tan pesada y luego de correr a una velocidad de caminata de forma desesperantemente fatigosa llegó hasta el cadáver. Se veía completamente intacto, era un hombre con anteojos de aproximadamente unos 30 años, estaba cubierto con gasolina que se derramaba en el piso con gotas que caían muy lentamente de una forma fantástica ¿Qué había hecho para merecer esto? Tenía la marca en la mano derecha, la que Soto usaba para marcar a todas sus víctimas, un pentagrama invertido. “¡Maldito sádico! El fin no justifica tus radicales medios” pensó Santiago. Seguro usó la misma estrategia que usó las otras veces. Se hace pasar por una víctima atacada usando un cuerpo falso como señuelo mientras se esconde detrás de unos arbustos, cuando el incauto se acerca, Soto lo sorprende y le clava un cuchillo en el pecho. Solo por una vez Santiago deseaba que alguien tuviera los reflejos suficientes para responder al ataque. Pero no pasó. Luego tomaba o hacía lo que necesitara y se deshacía de la evidencia, pero esta vez no pudo ¿por qué no lo hizo? Tuvo el tiempo suficiente para traerlo a este escondite y cubrirlo con gasolina ¿Por qué él debía quemarlo? Algo no encajaba. Santiago sólo quería salir de allí, se acercó para tomar una antorcha colocada en la pared, y cuando sus manos la tocaron, el zumbido se hizo más fuerte. Luego con  mucho esfuerzo la llevó encima del cuerpo cuando sintió un dolor intenso en la mano que sostenía la antorcha, uno que hizo que la simple mordida de un  perro pareciera una anécdota o un chiste, y causó que la soltara y cayera lentamente sobre el cadáver. Este se incendió rápidamente y las llamas se esparcieron por el piso formando un gran pentagrama dentro de un círculo. El ruido de las llamas y el zumbido se volvieron insoportables, el lugar se lleno de humo, Santiago corrió hacia la puerta de salida pero avanzó dificultosamente a velocidad de caminata, era realmente frustrante. Con esfuerzo se llevo el brazo hacia la cara y avanzó lo más agachado que pudo sin sacrificar velocidad de movimiento hasta que por fin llegó a la puerta, giró el pomo y miró hacia afuera.

Se encontraba en la plaza de armas, la puerta de la que salió, era la puerta de la catedral. Nunca hubiera imaginado que esta conectara con una dimensión.
Lo había logrado. Vió hacia el cielo nocturno aliviado de haber completado su tarea y sintió de nuevo la quemadura de la antorcha en su mano. Se la miró para ver que tan grave era y se llevó una inesperada sorpresa. Una sonrisa irónica se dibujó en su rostro. “El pentagrama invertido (se llevó la mano a la cara, y se reía), después de todo, estas cosas pasan en Los Ángeles”.

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